En Mar del Plata y varios municipios de la Costa Atlántica se registra un fenómeno llamativo: mientras el costo de construcción alcanzó su pico más alto en tres décadas, las grúas continúan trabajando y los permisos de obra privada siguen en aumento. ¿Cómo se explica esta aparente contradicción?
Los datos oficiales muestran que durante 2024, los costos de materiales de construcción aumentaron un 180% interanual, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). Sin embargo, en La Costa, Villa Gesell, Pinamar y Mar del Plata, la actividad constructora mantiene un ritmo sostenido que contrasta con la desaceleración registrada en otras regiones del país.

Los factores que explican el crecimiento
La demanda inmobiliaria en destinos turísticos presenta características particulares que explican esta dinámica. Los desarrolladores consultados coinciden en varios factores clave:
«La gente busca refugiar sus ahorros en ladrillos, especialmente en lugares donde puede obtener renta por alquiler temporario», explicó un referente del sector inmobiliario local que prefirió mantener el anonimato.
Los proyectos que más se están construyendo no son viviendas económicas, sino desarrollos premium: departamentos frente al mar, complejos con amenities y residencias en countries. Este segmento apunta a inversores de clase media-alta que ven en el turismo una fuente de rentabilidad.
Mar del Plata se presenta como una excepción en el panorama nacional. Mientras en otras ciudades la reducción de obra pública frenó la construcción, aquí el sector privado sostiene la actividad con proyectos de envergadura.
Cada metro cuadrado nuevo representa mayor recaudación para los municipios a través de permisos de construcción, tasas de servicios y futuros impuestos inmobiliarios. Para las arcas locales, este boom representa un alivio significativo en contexto de crisis económica.
Sin embargo, especialistas en urbanismo advierten sobre desafíos menos visibles: la infraestructura básica está llegando a su límite. Servicios como agua corriente, cloacas, electricidad y gas no siempre acompañan el ritmo de expansión urbana.
Si no se invierte paralelamente en mejorar redes y capacidad de distribución, existe riesgo de contar con edificios modernos pero con problemas de abastecimiento durante la temporada alta.
Los nuevos proyectos responden a cambios en los hábitos de veraneo y las modalidades de trabajo. La pandemia modificó las preferencias: se buscan viviendas más amplias para estadías prolongadas, espacios adaptados para trabajo remoto y amenities como coworking, gimnasios y terrazas.
Los barrios privados con seguridad y espacios verdes también experimentan crecimiento, atrayendo tanto a veraneantes como a quienes eligen vivir permanentemente cerca del mar.
Oportunidades y riesgos del boom inmobiliario
El escenario presenta oportunidades y riesgos en igual medida. Los inversores que apuestan a proyectos bien ubicados y con demanda comprobada pueden obtener buena rentabilidad, especialmente en alquiler turístico y reventa en dólares.
Por el contrario, quienes ingresen en desarrollos sin respaldo financiero sólido, mal planificados o en zonas donde los servicios básicos resulten insuficientes, podrían enfrentar dificultades para alquilar o revender sus propiedades.
«El mercado está premiando a los proyectos bien pensados y castigando a los improvisados», señalan analistas del sector inmobiliario.
El boom constructivo en la Costa Atlántica combina factores económicos, sociales y culturales que lo hacen viable incluso en el momento más costoso de los últimos 30 años. No obstante, la presión sobre la infraestructura esencial puede convertirse en el principal desafío de esta expansión.
Más que una burbuja especulativa, se trata de un mercado selectivo que requiere análisis cuidadoso antes de la inversión. La clave está en identificar proyectos sustentables que consideren tanto la rentabilidad como el impacto urbano a largo plazo.