Por Ricardo Davalos
Más allá de todas las cuestiones que tienen que ver con lo acontecido por fuera del balón en Brasil, aún hay “espectáculo por disfrutar”.
Si usted se dirige sentido norte desde Pampulha – barrio donde se alza el Mineirao – hacia Vespaciano en Belo Horizonte, notará que las disyuntivas con respecto a los inconvenientes edilicios, todavía generan diferentes opiniones en el pueblo mineiro. Nadie toma la batuta para levantar la voz en torno a las tragedias que se sucedieron y que tienen altísimas chances de que sigan sumándose en el futuro. No escuchará que organismos con cierto peso como para mover el amperímetro, eleven el puño en señal de protesta. En el mejor de los casos verá cómo gente como Flavio, dueño de algo así como un supermercado chino, junta bronca y la expresa donde puede y “hasta” donde le dan las ganas de gastar saliva.
Como contrapartida surgen quienes en puntas de pie y con la sonrisa por encima del mentón, ven el vaso medio lleno y vociferan que en años, estos lares fueron la bandera del olvido. El tema es que se acuerden de uno para que autoricen tal o cual cosa y que para colmo, todo se haga a velocidad supersónica y se concluya como terminó la autovía que se desplomó. Se hizo en cuatro meses. Sí en cuatro meses y luego se deshizo sin haber pasado un auto por encima.
Habiendo terminado el Mundial, el descanso de quienes estuvieron atados a esta competencia ha comenzado por estas latitudes y en algunas otras también. Sin embargo la problemática continúa porque el show debe continuar y Brasil quiso la chancha y los veinte. A mediados de 2016, Río de Janeiro deberá albergar los Juegos Olímpicos y ni por asomo tiene las cosas resueltas. Todo lo contrario. Debido a variaciones en los costos, aún hay infraestructura sin ni siquiera empezar. Muchas de las importantes medidas de seguridad que se tomaron para la realización del Mundial de fútbol, deberán volver a utilizarse, aunque las entidades encargadas de esos menesteres, tomen sol de aquí hasta esos días.
Ojalá no suceda…el país está con la expectativa del riesgo de volver a tener obreros fallecidos, puentes caídos, miles de decesos en accidentes viales y otras yerbas, en pos del nuevo circo que se avecina. “Está muy bien para nuestra zona del continente que estos espectáculos se celebren por aquí, pero primero quiero saber que mi familiar que preste servicios, vuelva a cenar en la noche”, decía aquel encargado de edificio del barrio Flamengo en Río. “La seguridad es como un programa de televisión, cuando usted apaga el aparato se desarma el escenario, ¿me explico?” dijo el mismo.
Finalmente uno se tiene que quedar con el sinsabor de la derrota deportiva y con la incertidumbre de esta gente, quienes ellos mismos dicen que de carnaval les queda poco. No estamos exentos, pues dos argentinos podrían dar cuenta de ello. No importa, dale que va. ¡Siguiente numero!